sábado, 20 de septiembre de 2008

Madrid es una fiesta

El día de mi llegada se celebraba “La noche en blanco” para los eufóricos insomnes madrileños. 

Multitudes en las calles que transitan entre exposicones, instalaciones conciertos de jazz, tambores japoneses, museos abiertos toda la noche. Por la calle Atocha, un poeta joven seguido de sus secuaces recita por un megáfono poemas propios y ajenos. 

Ambiente de fiesta en la Plaza Santana, el paseo del Prado, las sinuosas calles de La Latina. A la mañana merodeé por el mercado de Antón Martín donde conseguimos una lubina salvaje, un pescado de carne de sabor sutil, enorme, que horneamos solo con sal. 

Al día siguiente almuerzo en Asturianos, un clásico regional donde cocina una vieja dama y su hijo se ocupa de uno de los lugares donde aún se puede recuperar los marcados sabores asturianos, pese a las sofisticaciones vanguardistas. 

Comenzamos con berberechos, enormes, crudos, confit de bacalao con tomates verdes y aceite de oliva, sopa guiso con papas, morcilla y carnes varias. Después la delicia de una carrillera. Lo acompañamos con un antiguo Amontillado, ese jerez seco y potente, con aromas a frutos secos, muy alcohólico, única manera de digerir la carrillera y su textura gelatinosa pero no grasa. 

Antes habíamos probado dos vinos blancos muy especiales, con cuerpo y volumen a base de Verdejo, una variedad que se da en varias regiones españolas. Me reconcilie con los blancos de España, pese a que algunos Verdejos de Rueda se inclinan peligrosamente hacia los aromas del Sauvignon Blanc. 

La carrillera es la carne de la quijada de ternera, en larguísima cocción, sabrosa y tierna, que se consume mucho en España. 


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