domingo, 24 de agosto de 2008

Maneras de vivir: -Obesos y famélicos- Por Rosa Montero

Lo dice el escritor angloindio Raj Patel en su curioso e interesante ensayo Obesos y famélicos (Los Libros del Lince editores): hoy se producen más alimentos que nunca, pero 800 millones de personas se mueren de hambre. Y, como contrapartida a esta cifra de vértigo, otro dato pasmoso y además absolutamente nuevo en la historia de la humanidad: mil millones de personas, es decir, una de cada seis, sufren sobrepeso. Ambos extremos, tanto el exceso como la carencia, son dramáticos. Los obesos mórbidos se destrozan la salud y a menudo la vida; en cuanto a los famélicos, se mueren de verdad, literalmente: hay 25.000 fallecimientos al día por desnutrición, incluyendo un bebé cada cinco segundos. Una catástrofe planetaria constante que nos las apañamos para ignorar. Imaginen un huracán, unas inundaciones, un terremoto que matara a 750.000 personas en un mes. Sería un asunto imponente, una tragedia que iría en la primera página de los periódicos y que originaría campañas urgentes de socorro para enviar alimentos y dinero. Pero los individuos abatidos por el hambre apenas si ocupan lugar en nuestra atención. Se mueren en silencio, discretamente, cientos de miles cada mes, encerrados en sus humildes casas o en sus chozas, sin fuerzas para protestar, abandonados. Son unas víctimas muy cómodas.

Hay algo obviamente desquiciado y enfermo en un mundo que, por un lado, revienta de grasa innecesaria y, por otro, permite el lento, aterrador tormento de la muerte por inanición. Y lo peor es que la perversidad del asunto va mucho más allá de la mera paradoja entre gordos y flacos. El pasado 31 de enero salió una noticia que hablaba del desmantelamiento en India de una red ilegal de tráfico de riñones. Unas 500 personas, la inmensa mayoría gente pobre, habían sido operadas a la fuerza o con engaños y se les había extraído un riñón. En algunos casos las intervenciones eran consentidas y los donantes vendían sus órganos por unos 800 euros, aunque luego los traficantes cobraban por ellos entre 17.000 y 34.000 euros. Las operaciones se llevaban a cabo en un quirófano clandestino a 30 kilómetros de Nueva Delhi, y los compradores eran indios ricos, pero también clientes extranjeros, de Arabia Saudita y de Estados Unidos, de Canadá, del Reino Unido o de Grecia. Pues bien, este negocio atroz de menudillos humanos es un mercado en alza: la demanda mundial de riñones se eleva de manera constante en los países ricos, porque el inusitado aumento de la obesidad está provocando muchos trastornos renales. Y así se cierra el círculo de este cuento de horror que parece salido de una pesadilla infantil, con ogros sacamantecas que sorben las entrañas de los desvalidos.

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La autora, española, es periodista

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