lunes, 22 de noviembre de 2010

Malbec, la estrella argentina


Es el vino que más se bebe aquí y en el exterior. Te recomendamos diez etiquetas de nuestro cepaje emblemático; todas bien distintas entre sí, no sólo en cuestión de estilo, sino también de terruño.


Pocos saben que cuando se hizo la clasificación de los grandes vinos de Burdeos, allá por 1855, muchos de esos ejemplares tenían porcentajes importantes de Malbec. El tema es que luego de la filoxera (una plaga que arrasó con gran parte de los viñedos del mundo hacia finales del siglo XIX), nadie se animó en el Viejo Mundo a plantarla masivamente otra vez y el cepaje cayó en el olvido.

A nuestro país llegó a fines del siglo XIX con los inmigrantes y rápidamente se adaptó a los diversos terruños que proponía nuestra geografía, donde se dio incluso mejor que en su sitio originario: Cahors, en el sudoeste francés. Así fue como, con el tiempo, y con mucho trabajo, se fue perfilando como la uva insignia de la Argentina.

Pero para llegar a lo que es hoy, esta uva noble tuvo sus penurias y corrió una suerte disímil según la época. Es que promediando la década del 40, cuando la gente tuvo un mayor acceso al consumo, la industria vitivinícola apuntó directamente hacia el volumen, y al no ser ésta la variedad más apta por no tener grandes rendimientos en la viña, muchas hectáreas de Malbec fueron arrancadas y reemplazadas por otras cepas más rendidoras, como la Bonarda o el Tempranillo. Para dar luz sobre el asunto, vale destacar que a mediados del siglo XX existían 60 mil hectáreas de Malbec, cuya uva se pagaba al mismo precio que la criolla. En 1991 sólo quedaban en pie poco más de 10 mil hectáreas.

El renacimiento del Malbec, es decir, el comienzo de su actual etapa de éxitos, puede fecharse a principios de los 90. De la mano de algunos pioneros locales (como don Raúl de la Mota) y de algunos consultores extranjeros que desembarcaron en la Argentina (como Michel Rolland y Paul Hobbs), comenzaron a salir los primeros ejemplares premium. Allí se desató una suerte de avalancha cualitativa cada vez más grande hasta que a principios del siglo XXI comenzó a perfilarse como la variedad estrella para los medios y críticos de todo el mundo. Y, por suerte, los consumidores acompañaron el furor.

Hoy, gracias a su versatilidad y plasticidad, la Malbec se ha consagrado como la uva argentina por excelencia y puede dar tanto grandes varietales simples, de precio económico, como otros complejos, con crianza en madera, capaces de competir con las grandes etiquetas del mundo (aunque difícilmente ganen la contienda).

Además, lo interesante es que de a poco el Malbec está ajustando su tipicidad y sus características a las distintas zonas productoras. Hoy, si bien hay exponentes que provienen de todos los rincones vitivinícolas del país, es en las áreas más frescas donde alcanza un punto de expresión sin igual.

Mendoza es sin dudas su cuna privilegiada, especialmente por su variedad de zonas que permiten mostrar la diversidad de este vino. Dos sitios que muestran esto y logran imprimir en el Malbec todo su espíritu son Las Compuertas, en Luján de Cuyo, y Altamira, en el Valle de Uco. Hoy, además, es una de las cepas de mayor crecimiento en exportaciones. En fin; las cartas están echadas, la Argentina hizo su jugada y tiene todo para ganar de la mano del Malbec.
(continua)

Texto
e imagen: El Conocedor

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