El 2001, un año caótico de tintes apocalípticos para el país, lo marcó para siempre y le provocó un gran cambio en su mentalidad. Como él mismo confiesa, desde entonces, nunca fue la misma persona. Tras años de incertidumbre, sufrimiento y dolor, el joven Isidoro Dillon fue sometido a un complicado trasplante de riñón que, a pesar de los pronósticos, superó satisfactoriamente. Todo el proceso fue muy duro para mí y para toda mi familia. Gracias a Dios, pude salir de esta situación que me ayudó a crecer como persona y como profesional. Aprendí de la angustia y hoy puedo afirmar que soy el fiel reflejo de aquel momento: una mezcla de pasión, trasgresión, sensibilidad y complejidad, explica con efusividad. Modelo y diseñador gráfico -se considera un arquitecto frustrado-, Isidoro encontró, a partir de esta situación límite, la felicidad en la cocina, su gran pasión. Obsesivo, perfeccionista y, sobre todo, muy creativo, dice que vive por y para su trabajo. Busco progresar día a día. Quiero destacarme y ser el mejor, a través de la originalidad de mis platos, que nunca repito (hace alrededor de 240 por año).
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